En este nuevo libro María Malusardi nos muestra, a la manera de un testimonio, con su letra de superviviente, la huella de la no cicatriz. A través del derrotero de una sola caída, que es múltiple, que insiste, que no cede, María nos lleva a conocer una infancia (¿la de ella?) donde a-parecen los recuerdos que, cada vez de modo distinto, son nombrados para llevarnos a otro lugar. Y cada vez ese otro lugar es el de la caída. 
“Primero inmóvil. Luego me deslizo lenta, aceitosamente” dirá mientras descubre otra caída de la niña que, ya mujer, se prepara a escribir. La frase, como tantas de cada libro de María, nos toca el cuerpo. Quedamos deslizados, aceitosos.
María sigue a la niña que fue, mira a la niña de ella, vuelve a cada escena, se asombra de la capacidad de matar, de la preparación hacia la crueldad, del desvío a otra escena; se asombra de la capacidad de amar. No sabe aún lo que apenas está sabiendo: no hay cicatriz ni tiempo en la repetición de la caída. Sí hay palabras que se entrelazan, que forman poemas. 
Aquí no se romantiza la infancia. Se nos recuerda que no es fácil vivir con tanta imposición, a la que se agrega la dificultad de nombrar. Aquí se nos dice cómo se forma en un cuerpo la escritura o cómo lee un cuerpo. Se nos devela un secreto. 
En su singularidad, en Todo cicatriza menos la infancia, María Malusardi nos dona su caída hacia arriba, su escritura. 

Texto de Susana Szwarc

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Sobre la autora: María Malusardi nace en Buenos Aires en 1966. Con cierta irreverencia juvenil decide un día ser escritora. Empieza como periodista a los 23 años. Mientras tanto, el lenguaje poético batalla contra el mundo prosaico de la información. Finalmente consigue, en la maravilla de esa tirantez, que la palabra sea el motor de su vida. 

Todo cicatriza menos la infancia, de María Malusardi

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En este nuevo libro María Malusardi nos muestra, a la manera de un testimonio, con su letra de superviviente, la huella de la no cicatriz. A través del derrotero de una sola caída, que es múltiple, que insiste, que no cede, María nos lleva a conocer una infancia (¿la de ella?) donde a-parecen los recuerdos que, cada vez de modo distinto, son nombrados para llevarnos a otro lugar. Y cada vez ese otro lugar es el de la caída. 
“Primero inmóvil. Luego me deslizo lenta, aceitosamente” dirá mientras descubre otra caída de la niña que, ya mujer, se prepara a escribir. La frase, como tantas de cada libro de María, nos toca el cuerpo. Quedamos deslizados, aceitosos.
María sigue a la niña que fue, mira a la niña de ella, vuelve a cada escena, se asombra de la capacidad de matar, de la preparación hacia la crueldad, del desvío a otra escena; se asombra de la capacidad de amar. No sabe aún lo que apenas está sabiendo: no hay cicatriz ni tiempo en la repetición de la caída. Sí hay palabras que se entrelazan, que forman poemas. 
Aquí no se romantiza la infancia. Se nos recuerda que no es fácil vivir con tanta imposición, a la que se agrega la dificultad de nombrar. Aquí se nos dice cómo se forma en un cuerpo la escritura o cómo lee un cuerpo. Se nos devela un secreto. 
En su singularidad, en Todo cicatriza menos la infancia, María Malusardi nos dona su caída hacia arriba, su escritura. 

Texto de Susana Szwarc

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Sobre la autora: María Malusardi nace en Buenos Aires en 1966. Con cierta irreverencia juvenil decide un día ser escritora. Empieza como periodista a los 23 años. Mientras tanto, el lenguaje poético batalla contra el mundo prosaico de la información. Finalmente consigue, en la maravilla de esa tirantez, que la palabra sea el motor de su vida.